A veces es gracioso cómo le sorprenden a uno esos trillados sentimientos de depresión o soledad en el momento más inapropiado, con las personas menos indicadas. en el lugar más recóndito; ese que uno pasó horas eligiendo de entre mil recovecos antidepresivos en un mapa.
De repente es año nuevo y uno no piensa en suicidarse, uno no piensa en propósitos ¿para qué? para mediados de marzo esas ideas apocalípticas o inútilmente positivas se habrán esfumado ante tantos recortes de presupuesto o finales de semestre. La verdad es que una noche como cualquiera uno se reúne con quien se deje y se embriaga medianamente después de medio empacharse con las sobras de la cena de navidad.
DE repente es año nuevo y lejos de cualquier expectativa me encuentro reflexionando sobre las dobles caras de la vida, la cobardía de la humanidad, inmersa en apabullante tecnología y observando a sus fieles vasallos, a punto de cenar tanto con conocidos como extraños, decidiendo cuál será el mejor alcohol para echar a perder doce uvas. Es decir: no hay mayor sorpresa. No habrá una estrella nueva, no estallará de intolerancia el mundo, no se nos revelará la verdad divina a las doce con un minuto. No pasará nada, sólo nos embriagaremos como cualquier otro fin de semana o cualquier noche cuyo día sucesor lo permita.
LA verdad lo único que permite que un año nuevo exista son esos propositos o ideas suicidas que a nadie preocupan y que nadie cumple. TAmbién es una excelente excusa para regalar esos calendarios que se abultan en las tiendas, o un reloj: Para que a nadie se le olvide que hay un día como todos los demás en el que nos reunimos para celebrar que nada ha cambiado y pretender que somos nosotros quienes cambiaremos aprovechando que inventamos una celebración precisamente para ello.
No es que no me alegre, no es que esté sentada sola y miserable refunfuñando contra cuantos no se han comportado como yo lo hubiera querido. En año nuevo me llegan a la mente las decepciones, o por lo menos hoy así es, me llega a la cabeza el recuerdo de todos a quienes no voy a poder abrazar a medianoche, de súbito me percato que en pocas horas cenaré un platillo que no me gusta y que me deja un aliento tan intenso como horrible y que pocas horas después estaré lo suficientemente ebria como para olvidarlo todo. Es buena excusa para pensar que el tiempo humano de estos últimos 365 días fue tan pesadotraumáticotristísimo como maduradoractivoalegre; para saber que en mi tiempo, ese que no corre nunca y que no conoce la exactitud de manecilla, pasaron cien vidas de recuerdos. Tantos siglos para mí hacen que concluya que la mejor opción es que hoy, día para recordar todo, es mejor no recordar nada y perderse en la ilusión de ser otra persona, una sin más que recordar que su propio futuro, atascado de própositos de año nuevo que tal vez se cumplan... por casualidad.