Yo supongo, y me aferro a creer, que detrás de las letras existen otras noches, otras miradas, otras verdades disfrazadas de insomnio y ciego palpitar de teclas: De repente se siente el espasmo de inspiración y vértigo, que me apresura por una hoja en blanco, como quien busca una bolsa para vomitar un poema. C H A R C O S: septiembre 2006

13 de septiembre de 2006

El Mal Agüero y sus Soluciones



Me dirijo a la fuente de energía. No es la actividad más emocionante, ni el momento más apasionado de mi trabajo; al menos después de cambiar unos cables de la sección de cines podré irme a casa y dejar el turno al velador de la tarde.
Parece que fue el de la compañía de luz, que al checar el estado del equipo arruinó unos cables. Todo el tiempo pasan estas cosas, no sé qué diablos harían sin mí.
Llego al cuarto, un hedor a humedad bloquea mis sentidos un instante, pero también a eso estoy acostumbrado. Hay que bajar la palanca de energía un momento, revisar los centros de carga y tal vez cambiar unos cables; cuestión de segundos y todo vuelve a la normalidad. Bajo la palanca y el cuartito queda en tinieblas, saco mi lamparita, la cual me doy cuenta debí recargar antes pues parpadea. El centro de la sección uno está perfecto, sigo con mi corta visión el cable que lo une con el centro de carga de la sección dos y localizo los cables quemados. Corto cables y busco en mi bolsa de herramientas los repuestos y la cinta de aislar. Todo parece estar en orden. Me dispongo a reactivar la energía, jalo; al tiempo que se enciende la luz se escucha una ligera explosión dentro del centro de la sección uno. Con fastidio me percato que corté los cables equivocados, culpa de la mierda de lamparita. La luz vuelve a apagarse, olor a quemado y de pronto un estruendo de turbinas llega de afuera, silencio y en segundos empiezan los gritos.
No termino de salir de mi petrificación, cuando empiezo a digerir lo que ha sucedido. Al tiempo que sube un fuego de mi estómago hacia mi pecho, advirtiéndome de una inminente gastritis, estoy casi seguro que mi corazón se detuvo para dar paso a una ráfaga de semi-certezas que azotan mi cerebro conforme voy comprendiendo hasta qué punto acabo de cagarla. Ante todo se presenta la cara desagradable de mi jefe degradando mi puesto, otros tres años encerando el piso antes de volver a conseguir un ascenso; mi esposa mandándome a dormir al sofá porque nos van a quitar el apoyo escolar para los niños; los desgraciados niños burlándose de mí porque saldré otra vez todos los días con mi ridículo uniforme café-cartón de conserje con el que parezco barril.
Reacciono, dentro del centro comercial hay una ferretería, sólo tengo que correr a pedirle al encargado dos fusibles extras y todo estará salvado. Dando tumbos logro salir del cuarto para encontrarme con una penumbra de boca de lobo y el sonido enloquecedor de pisadas de cientos de clientes tratando de salir, gritos, vidrios rotos. ¡Maldita sea mi suerte! Seguro ya empezaron los motines, ahora ni de recogedor de basura me van a contratar, ni en este ni en ningún centro comercial a tres ciudades a la redonda. Empiezo a sudar frío de la conmoción, pero atino a darme un golpe en la sien y empezar a correr por la oscuridad: es la única forma de salvar el empleo, carajo ¡hasta el matrimonio voy a perder por esta estupidez! No todo está perdido, a ver, la ferretería está al fondo del pasillo B, local 213 ¡Ya está! Vamos, conozco este lugar de memoria, no necesito de luz para hallar mi camino...Tropiezo con algo, o más bien alguien porque siento una mano como culebra merodeando mis pantalones por la zona de la cartera. Pego un grito y me dispongo a continuar la empresa cuando siento un golpe tremendo en mi pie derecho. No tengo más opción que agacharme y sobar el área, por el tacto adivino que alguien del segundo piso está arrojando macetas. Esto se pone peor, la siguiente imagen en mi cerebro es un mes de cárcel por causar actos anarquistas. Así, cojeando patéticamente y tropezando cada dos pasos, con todo el cuerpo adolorido, después de 20 minutos logro llegar a la mentada ferretería; que por supuesto, está vacía y a oscuras. Palpo todo lo que encuentro en las paredes, buscando una caja mediana que contenga algo redondito: tornillos, rollo de cable, desarmadores, ¡fusibles!
-¡Lo tengo!- grito victorioso. Sólo falta correr y más moretones hasta la fuente de energía. Casi al llegar tropiezo con una señora y me corto la ceja con unos vidrios, mi hazaña no podría ser más heroica, estoy seguro que aún no pasa una hora, aún puedo salvar mi empleo. Abro azotando la puerta, respiro con satisfacción la humedad y con dedos ciegos y temblorosos reparo los cables, cinta de aislar, me quemo los dedos sacando los dos fusibles arruinados, instalo los nuevos, contengo la respiración y subo la palanca de energía.
Otra vez el estruendo de turbinas y mi corazón vuelve a la latir. Abro los ojos: de nuevo hay luz. Ahora sólo hay que encontrar la forma de culpar al velador de la tarde.